"- El valle viene a acogerte y a arroparte. Recuerda, la magia de tu tierra te recompone".+
Iruzki se aferraba a aquella sensación de alivio mientras caminaban. Sin embargo, cualquier crujir repentino activaba su miedo.
Volvía Juan.
Creía verlo entre aquellos imponentes castaños centenarios. Le parecía ver sombras entre la baja luz y la niebla. Sentía que le seguía. Ese pensamiento le paralizaba.
-Es difícil ¿Tengo que seguir respirando así? -preguntó un poco desesperada mientras echaba una bocanada de aire - No creo que pueda relajarme.
-No, tranquila, intenta respirar así cuando puedas. ¡Es un viaje para ti! Iremos parando a lo largo del camino para conocer a unas amigas.- Sonrió Edurne- Y en todo momento me vas diciendo cómo estás y qué necesitas.
-Que…¿Qué...necesito? Ahora mismo...por favor, cuéntame alguna historia que me distraiga porque me cuesta controlar mis pensamientos.
Edurne le contó que las lamias eran originarias de Bertizarana. Que había riñas porque algunas se sentían lamias de mar y otras de río. A la hora de la verdad, estaban unidas, formaban parte de una cuadrilla de activistas medioambientales. Además eran creadoras de objetos de oro a modo de coworking. De hecho, una de sus hermanas hacía la Urrezko Aizkora o hacha de oro, un premio para los Aizkolaris por ganar una competición de uno de los deportes por excelencia en la zona, el de cortar troncos con hacha. Las lamias compartían todo y habían aprendido a no almacenar objetos porque en el pasado habían sido expoliadas muchas veces. Ahora les gustaba autodenominarse minimalistas. La alegría y el parloteo constante de Edurne eran realmente contagiosos.
- Anda que… ¡En el colegio nos enseñaban que las lamias eran celosas, vengativas y malas!- dijo Iruzki un poco cabreada.
- En todas partes hay gente celosa y vengativa. ¿A quién crees que le interesan esas historias de mujeres-demonios o mujeres-brujas? - preguntó con tono cariñoso Edurne.
Volvía Juan.
Creía verlo entre aquellos imponentes castaños centenarios. Le parecía ver sombras entre la baja luz y la niebla. Sentía que le seguía. Ese pensamiento le paralizaba.
-Es difícil ¿Tengo que seguir respirando así? -preguntó un poco desesperada mientras echaba una bocanada de aire - No creo que pueda relajarme.
-No, tranquila, intenta respirar así cuando puedas. ¡Es un viaje para ti! Iremos parando a lo largo del camino para conocer a unas amigas.- Sonrió Edurne- Y en todo momento me vas diciendo cómo estás y qué necesitas.
-Que…¿Qué...necesito? Ahora mismo...por favor, cuéntame alguna historia que me distraiga porque me cuesta controlar mis pensamientos.
Edurne le contó que las lamias eran originarias de Bertizarana. Que había riñas porque algunas se sentían lamias de mar y otras de río. A la hora de la verdad, estaban unidas, formaban parte de una cuadrilla de activistas medioambientales. Además eran creadoras de objetos de oro a modo de coworking. De hecho, una de sus hermanas hacía la Urrezko Aizkora o hacha de oro, un premio para los Aizkolaris por ganar una competición de uno de los deportes por excelencia en la zona, el de cortar troncos con hacha. Las lamias compartían todo y habían aprendido a no almacenar objetos porque en el pasado habían sido expoliadas muchas veces. Ahora les gustaba autodenominarse minimalistas. La alegría y el parloteo constante de Edurne eran realmente contagiosos.
- Anda que… ¡En el colegio nos enseñaban que las lamias eran celosas, vengativas y malas!- dijo Iruzki un poco cabreada.
- En todas partes hay gente celosa y vengativa. ¿A quién crees que le interesan esas historias de mujeres-demonios o mujeres-brujas? - preguntó con tono cariñoso Edurne.