Caminando se encontraron con una pastora que cuidaba los campos y el cielo.+
Edurne salió del agua cuando el atardecer morado-rosado dio paso a un cielo azul oscuro. Las estrellas se asomaban, no así la luna. Fueron caminando por unos prados y se acercaron a una pastora que con dos perros aguardaba las ovejas. Le preguntaron si llegarían a tiempo para la salida de los joaldunak. Ella les contestó que sí y les guió a una borda cercana para descansar.
Estaban las tres cenando algo de queso. La pastora, Ilargi, sacó unas pieles y cubrió a Iruzki a modo de chaleco. Alivió su tiritona y les habló de los pastores que tuvieron que emigrar a América y de las peleas por los prados y terrenos. Es curiosa la importancia que le dan aquí a definir y delimitar el terreno- dijo Iruzki bostezando.
-Claro, así los pastores saben bien qué es suyo y qué es de los demás. De ese modo es más fácil gestionar sus propios recursos, qué pueden hacer y qué no… - Intervino Edurne.
-Ilargi, pareces brillar...- apuntó Iruzki comprobando que ya se había hecho de noche- antes mi medallón brillaba ¿Sabrías cómo encenderlo?
-Es cuestión de práctica - Contestó con una sonrisa calmada.
-¿Práctica? ¿Qué quieres decir?- preguntó intentando abrir los párpados, que ya le pesaban del cansancio.
-Claro, esa luz, no es la luz del medallón, es la tuya. Todas tenemos un brillo. Yo soy la luz guía a los muertos en las noches de luna nueva. Llevo reflejando la luz de mi hermana, el sol, desde el principio de los tiempos. Y tú has empezado a practicar hace nada.
-Entonces, ¿esas atxúas me han hecho creer que el medallón brillaba?- preguntó Iruzki confusa.
-No, si recuerdas sus palabras, te darás cuenta que no dijeron eso. Ellas hacen accesible el conocimiento al estado de cada uno, a veces a modo de metáfora.- comentó Edurne.
-A veces me pongo a la defensiva y desconfío, ahora que lo pienso, me dijeron: “volverá tu luz”.
Iruzki se fijó en que la luz de la Tontorgorri, Maria y Juana, estaba en su mirada, la de Edurne en el amor a su hogar y amigas, la de Ilargi... todavía le costaba comprender realmente su dimensión. ¿Era la luna de verdad?.
Todas tenían algo especial, un valor, y ella podría encontrar el suyo. Sonrió y ya relajada miró las estrellas y comenzó a cerrar los ojos en los brazos de Edurne mientras seguían hablando de los ciclos naturales, de las diosas, entre ellas le pareció oír que Mari no salía de Anboto.
Estaban las tres cenando algo de queso. La pastora, Ilargi, sacó unas pieles y cubrió a Iruzki a modo de chaleco. Alivió su tiritona y les habló de los pastores que tuvieron que emigrar a América y de las peleas por los prados y terrenos. Es curiosa la importancia que le dan aquí a definir y delimitar el terreno- dijo Iruzki bostezando.
-Claro, así los pastores saben bien qué es suyo y qué es de los demás. De ese modo es más fácil gestionar sus propios recursos, qué pueden hacer y qué no… - Intervino Edurne.
-Ilargi, pareces brillar...- apuntó Iruzki comprobando que ya se había hecho de noche- antes mi medallón brillaba ¿Sabrías cómo encenderlo?
-Es cuestión de práctica - Contestó con una sonrisa calmada.
-¿Práctica? ¿Qué quieres decir?- preguntó intentando abrir los párpados, que ya le pesaban del cansancio.
-Claro, esa luz, no es la luz del medallón, es la tuya. Todas tenemos un brillo. Yo soy la luz guía a los muertos en las noches de luna nueva. Llevo reflejando la luz de mi hermana, el sol, desde el principio de los tiempos. Y tú has empezado a practicar hace nada.
-Entonces, ¿esas atxúas me han hecho creer que el medallón brillaba?- preguntó Iruzki confusa.
-No, si recuerdas sus palabras, te darás cuenta que no dijeron eso. Ellas hacen accesible el conocimiento al estado de cada uno, a veces a modo de metáfora.- comentó Edurne.
-A veces me pongo a la defensiva y desconfío, ahora que lo pienso, me dijeron: “volverá tu luz”.
Iruzki se fijó en que la luz de la Tontorgorri, Maria y Juana, estaba en su mirada, la de Edurne en el amor a su hogar y amigas, la de Ilargi... todavía le costaba comprender realmente su dimensión. ¿Era la luna de verdad?.
Todas tenían algo especial, un valor, y ella podría encontrar el suyo. Sonrió y ya relajada miró las estrellas y comenzó a cerrar los ojos en los brazos de Edurne mientras seguían hablando de los ciclos naturales, de las diosas, entre ellas le pareció oír que Mari no salía de Anboto.